Te doy la bienvenida al Subreino

Se supone que sólo las almas tienen acceso al reino de los muertos… Pero tú estás aquí.

Te avisaron de que no podías fiarte de los dioses.

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¿Dónde está la gruta?

«El vello se le erizó con el roce de los espectros. Iban en dirección al río, un espejo recién bruñido en el que se contemplaban los miles de cuarzos que recubrían las paredes de la gruta».

«—No… no lo imaginaba así».

¿Quién es esa sombra?

El río que Haran había tratado como maldito le dio la bienvenida con el rugido de sus aguas. Las hadas seguían cantando y deslizándose entre los fantasmas, hasta que frenaron y se agolparon alrededor de uno en concreto. Una.

Algo dentro de ella la reconocía.

Pheyre, decía.

Alguien nos busca

«Y Amara no vio rabia, ni miedo, ni poder; vio los ojos azules de un niño al que se le daba muy mal jugar al escondite, hasta que las mellizas le dieron permiso para convertirse en un animal, seguras de que incluso así podrían encontrarlo.

Ella se cansó rápido de ese juego. Sobre todo cuando se dio cuenta de que Haran nada más quería que fuera Pheyre quien o encontrara.

—Tú. —Casi escupió la palabra».

Conoce a sus reyes

Haran

Hay pocas cosas a las que el dios de la Muerte tema. Pero, en los rincones más oscuros del Subreino, las ninfas y las almas guardan su mayor secreto: el miedo a la soledad.

Aunque puede que en el fondo haya algo que le asuste más que verse solo. Después de todo, en el Subreino se preparan para hacer frente a una amenaza mucho más grande que su rey.

Pheyre

«Es como si me hubiera pasado la vida aguantando la respiración bajo el agua —pensó, mirando sus piernas, que de pronto habían ganado fuerza suficiente para sostenerla durante más de diez minutos seguidos— y me hubiera convencido de que eso era respirar».

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