Relato de Seré frágil (¡sin spoilers!) — «Quería que estuviera bien»

¡Hola a todos!

Sí, sé que hace mil que no me paso por aquí, pero lo que llevamos de año ha sido una montaña rusa constante. Siento que aún tengo muchísimos temas que tratar en este blog, muchas más historias que contar… Y lo haré. Lo haré empezando por las que vosotros me pidáis.

Muchos de vosotros ya lo sabéis, pero durante la salida de Seré frágil estuve inmergida en la escritura de #ProyectoDésolé. Fue terminarlo y quedarme con esa sensación de vacío que los escritores conocemos tan bien. ¿Y ahora qué? Me puse enseguida a planear mi próxima novela, pero planear no es lo mismo que escribir. Y gracias a Dios (bueno, también gracias a experiencias que dejan huella y que hacen que quieras soltar todo lo que llevas dentro… Y también a oportunidades de escritura en común como las del blog de Ana), la inspiración vino el tiempo suficiente para que escribiera unos cuantos relatos.

La mayoría podéis encontrarlos en el apartado de «Relatos» de la web, pero este tenía que contar con un hueco especial.

Vuelvo a Seré frágil, después de más de un año sin hablar de ese miedo (de la anorexia, de la culpa, de la enfermedad) para meterme en la piel de David. A muchos os sonará parte del relato… Y sino, podéis ver la otra cara de la moneda justo aquí.

Podría enrollarme un rato más y contaros todo lo que esconde este relato, más allá de la historia, pero dejaré que hable por sí solo.

Y ya de paso, os recuerdo que Seré frágil está disponible en Amazon con un 5% de descuento?

Quería que estuviera bien

«¿Por qué no lo vi antes? ¿Por qué no hice nada?

Debería haberme dado cuenta. Debería haberla escuchado, y haber buscado la verdad más allá de sus palabras. Si lo hubiera visto… Si hubiera estado ahí cuando ella me necesitaba, nada de esto habría pasado. No sé cómo ha pasado. No puede estar pasando».

Fue lo primero en lo que pensé cuando me dieron la noticia. Lo primero en lo que pensé al día siguiente, lo último que escuché cuando volví acostarme. Es lo único en lo que pienso ahora. En ella, como siempre, sólo que estaba vez estoy cargado de miedo. Por ella. Por toda la vida que está restándose, por todo lo que no soy capaz de darle. Por el daño que ni pude ver ni puedo sanar.

Los nudillos aún me duelen a la mañana siguiente, y mi madre ignora completamente las ojeras que me han dejado las lágrimas, igual que yo ignoré el llanto de Sara. Estoy harto de fingir que no se puede llorar y ser fuerte. Sara nunca ha dejado de serlo.

Pero me equivoqué y pensé que la fuerza haría frente a la enfermedad. Que a ella nunca le pasaría nada, que era demasiado bonita, que era demasiado buena, que tenía todo lo que quería. Nos teníamos a nosotros. Tendría que haber sido suficiente.

Y no me di cuenta.

Sara lloraba al otro lado de la puerta de mi casa y nunca me di cuenta. Sara gritaba detrás de cada sonrisa rota y cada plato vacío y no lo veía. Sara me pedía abrazos, y yo se los daba, y nunca juzgaba, pero callaba y pasaba. Sentirla cerca me daba fuerzas, pero no veía que a ella cada día le quedaban menos.

Quizás fuera aquella tarde, en mi casa, cuando las cosas podrían haber cambiado su rumbo. Quizás debería haberla escuchado. Debería haberme quedado en el baño con ella, haberla cogido de la mano, haberle dicho que no tenía por qué sufrir así.

En su lugar, sólo le pregunté si estaba bien.

—¿Sara? —No me atreví a llamar a la puerta. Me quedé al otro lado, con el oído pegado a la madera—. Sara, ¿estás bien?

Ni siquiera quería saber si estaba bien; quería saber si estaba lo suficientemente estable como para acabar de ver la película. Pregunté porque buscaba que me contestara que sí, y ella lo hizo. Ella siempre lo hacía.

Abrió la puerta. Los ojos de Sara se cruzaron con los míos un sólo segundo y, antes de que pudiera decir nada, dio un paso hacia delante, con los puños apretados y el llanto todavía en la garganta. La detuve cogiéndola del brazo.

—Sara —dije. Fue una súplica. Una interrogación.

—Estoy bien —murmuró, pero no pudo evitar que la voz se le quebrara con la última sílaba.

«Por favor, di algo» decía mi mirada, y la suya sólo pedía silencio. «Dime qué ocurre, dime qué sientes. Haz que el dolor sea menos conmigo. No puedo curarte, no puedo salvarte. Pero puedo estar ahí para ti. Voy a estar ahí para ti».

Hice lo único que sabía hacer: la rodeé entre mis brazos y dejé que llorara. Dejé que sintiera. Pensé que sería sólo un mal día, que pronto las cosas volverían a ser como antes. Me obligué a fingir que todo estaba bien, pero Sara no hacía más que destruirse, y yo tardé demasiado en darme cuenta de que no estaba en mis manos salvarla. Ni diciéndole que comiera, ni pidiéndole explicaciones, ni escandalizándome con cada lágrima, cada grito, cada ataque.

La guerra dentro de Sara ya había empezado y yo no podía hacer nada para frenarla.

Podría haber hablado con sus padres. Podría haber hablado con un médico. Podría haber hecho algo, cualquier cosa, pero decidí fingir que todo iba bien, porque pensé que mi amor bastaría para salvarla.

Ahora tengo que aprender que la culpa nunca fue mía. No fue suya. Sara está enferma, igual que lo estuvo Sofía. Siento que tengo el corazón al borde del abismo de nuevo, que puedo perderla en cualquier momento. Nadie se dio cuenta de que Sara estaba muriendo, porque esa era la forma que tenía la enfermedad de sobrevivir. Es un parásito. Hizo que Sara se engañara, hizo que no la entendiéramos, hizo que siguiéramos creyendo que era un juego, que era un asunto de locos, que a nosotros nunca nos pasaría.

Pero ahora ha dejado de ser invisible, y esa será su debilidad.

¿Qué os ha parecido? Como siempre, podéis dejarme vuestras impresiones en los comentarios o a través de las redes sociales. Estaré encantada de leeros 🙂 

Esta entrada tiene 4 comentarios

    1. Beatriz Esteban

      (Fun fact: muchas de las cosas que escribo están basadas en cosas que me dijeron / que pensaron mis amigos (Sevi el que más, por supuesto). No es tan fun pero lo fun es que técnicamente sí puedes adoptarlos :D)
      (?)

  1. martarivasrius

    Ufff que me has dejado con el nudo en la garganta y la lágrima en el ojo…

    1. Beatriz Esteban

      Ay, Marta, ¡qué bonito verte por aquí! Y justo entras y encuentras un relato duro, ay. Espero que se te haya pasado el nudo en la garganta y que al final te quedes con buen sabor de boca. El miedo del principio deja paso a la fuerza, ya lo sabes. ❤️

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